Dejar de ser Amas de casa / por Lylia Palacios

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Todas somos amas de casa”. Silvia Federici

“La conversión de la mujer en ama de casa es la forma más antigua de esclavitud.” Abdullah Öcalan

Dedicado a la Asamblea Feminista de Nuevo León

Si la construcción del género es un resultado sociocultural no definitivo sino en constante cambio, destaca la importancia del discurso social que permite conocer qué cambia y qué permanece en la concepción predominante del “ser mujer”. En Monterrey, el patriarcado se puso traje de empresario paternalista al frente de empresas como Cervecería Cuauhtémoc, Fundidora, Vidriera Monterrey, asumió el papel de divulgador ideológico captando en sus publicaciones internas la imagen de género a reproducir, correspondiente a la concepción binaria ‘hombre-mujer’ y a la responsabilidad “natural” de las mujeres como encargadas de la familia y el hogar.

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Revista Colectividad, 1930

Hacernos cargo de la reproducción de la fuerza de trabajo y de la reproducción social con base en la familia se internalizó por múltiples medios. Uno fue el discurso que nos ubica como las “reinas del hogar” como el lugar indicado de las mujeres para ejercer nuestro “poder”. Trabajo y Ahorro, publicada desde 1921 por Cervecería Cuauhtémoc, recurrió constantemente al moralista escocés Samuel Smiles:

«El hogar es el dominio de la mujer, su reino, donde ejerce un predominio completo. Su poder sobre los pequeños súbditos que gobierna allí es absoluto. (…) Ella es el ejemplo y el modelo que sin cesar tienen ante la vista, a quien observan e imitan sin tener conciencia de ello.»  (Smiles, 1889)

Y desde Fundidora Monterrey, la revista Colectividad publicada desde 1925, persuadía:

“Es dentro de tu hogar, en el trono que tienes de soberana, con el respeto y el cariño de tus súbditos, ante las horas pesadas y sombrías donde va a resplandecer tu feminidad exquisita.” (Colectividad, 1931)

La cultura patriarcal le impuso al género femenino y particularmente a la madre el deber de transmitir los valores hegemónicos y con ello, todas las actividades que se realizan cotidianamente dentro del hogar, desde las tareas domésticas, la administración, el cuidado de niños, enfermos y ancianos, la educación moral y el soporte emocional; por eso es clave que allí se quede, que asuma que su destino “natural” es ser ama de casa. Cargándole, además, la eventual culpa de todos los males sociales que puede acarrear su incumplimiento:

“Y todas las veces que la mujer ha sido arrancada de su hogar y de su familia para ocuparse en otro trabajo, el resultado, desde el punto de vista social, ha sido desastroso.” (Smiles, 1889).

Aunque la aspiración más conservadora de las instituciones patriarcales es que toda mujer atienda una familia y dependa de un hombre, en el capitalismo el uso de fuerza de trabajo femenina ha sido permanente por ser más barata. En las fábricas de Monterrey, las mujeres fueron ocupadas desde finales del siglo XIX como obreras y secretarias en la industria alimenticia, cigarrera, textil, cervecera, vidriera… y en el comercio, laborando en su mayoría en puestos relacionados con habilidades “femeninas”, que son resultado de un aprendizaje milenario que se fue internalizando como si fuera atribución biológica. Y por regla general, en la gran empresa privada regiomontana las mujeres que se iban a casar debían renunciar “voluntariamente” antes de contraer matrimonio.

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Delimitados los espacios de las mujeres, había entonces que educarlas para ser damas. Estas grandes empresas crearon programas para esa preparación tanto de las esposas e hijas de los trabajadores, como de sus propias empleadas impartiendo clases de canto, poesía, baile, teatro. Además sus revistas se llenaban de columnas dedicadas a las mujeres con tips de moda, sobre modales sociales aceptables, consejos para ser buenas esposas y madres, etcétera.

Toda esta envoltura ideológica sobre las “virtudes femeninas”, finalmente tiene vulgares intereses económicos. En un sistema cuya esencia es la acumulación de capital, los salarios siempre estarán por debajo del costo real de la vida del obrero proveedor. Quién no ha escuchado alguna vez “yo me las arreglaba con lo que me daba tu papá”, porque todo el trabajo dentro del hogar no es remunerado, al haber quedado en el espacio privado, santiguado por el amor, la abnegación, el sacrificio de la mujer, es decir, la negación de sí misma.

En base a esto se desarrolló desde los años ‘70 la propuesta de la economía feminista para reconocer las tareas domésticas como trabajo que crea valor y que indirectamente se apropia el capital. Aunque este tema se ventilaba muchos años antes, cuando parecía que el patriarcado sería eterno, un ejemplo muy interesante aparece en Trabajo y Ahorro en abril de 1930, el texto titulado “Horas de trabajo para las madres de familia”, hace referencia a la propuesta que entonces había hecho el Secretario del Trabajo de Estados Unidos, de establecer una jornada de 8 horas y dos semanas de vacaciones para las “amas de casa”, exhortando a los trabajadores quienes gozaban de esa jornada laboral se preocuparan por comenzar con esos derechos desde el hogar. La reflexión de quien escribe en la revista hace gala del conocimiento de la vida miserable de las amas y dice sobre la propuesta:

“suena como profecía celestial para millones de mujeres muertas de fatiga, agotadas por el trabajo, cuyas vidas son un monótono ir y venir de la cocina a la cuna y de ésta a la maquina  coser, con variantes de lavadero, tabla de planchar y escobas.”

Y le sirve de preámbulo para confirmar lo que sostiene Öcalan, afirma que la propuesta es una “teoría” impracticable, pues aunque las mujeres pudieran “sindicalizarse para no trabajar más de ocho horas”, ¿qué madre o esposa dejaría de cumplir sus deberes?, ya que:

«No sería posible (…) que una madre permaneciera en cama hasta las ocho de la mañana, en tanto los niños pedían el desayuno para ir a la escuela, sin que hubiese quien se los diera. Tampoco podría abandonar en el cuarto a un niño enfermo porque no eran horas de trabajo.

Tampoco habría esposa que se atreviera a dejar la comida a medio hacer porque habían expirado las ocho horas, ni se negaría fuera de jornada a remendar los calcetines al marido. ¿Y qué madre abandonaría a los chicos en un domingo para que se lavaran y arreglaran como Dios les diera a entender mientras ella iba  a divertirse?»

Pero al final, lean el gran premio que nos espera: “Pero porque la mujer se sacrifica, debemos amarla más.” (No. 347, abril  5 de 1930, p. 16)

Así, para alejar toda  inquietud al lugar atribuido a las mujeres, la empresa capitalista convirtió el sometimiento en virtud. Y para robustecer esa capacidad administradora que nosotras aprendemos ante la escasez de recursos, las empresas crearon cursos de labores “femeniles” y economía doméstica, por ejemplo, en la Academia de Labores Femeniles de Vidriera Monterrey: aprendían a cortar el cabello, a confeccionar ropa y a cocinar, capacitación encaminada a paliar los modestos salarios de maridos o padres. Iniciadas aquí estas escuelas desde finales de los años 30, hacían eco del impulso que se daba en Europa, como el Salón de las Artes del Hogar inaugurado en Francia en 1923 o la declaración en Alemania del año 1934 como “año de la economía doméstica”.

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Semanario «Vidriera», año 1943.

En la segunda década del siglo XXI son muchos los cambios que estamos viviendo. El discurso hegemónico pierde fuerza ante una realidad distinta, las mujeres indígenas, urbanas y campesinas están al frente de una ardua lucha por recuperar el derecho a decidir sobre nuestros cuerpos y nuestra vida, decididas a cuidar la vida del planeta. Por esto, ayer al ponerme a escribir vi la acción convocada por la Asamblea Feminista haciendo eco al canto chileno «Un violador en el camino». La piel se puso chinita de la emoción ante la  contundencia. Estas mujeres convocadas y convocantes tejiendo horizontalmente su empatía, su unidad y su accionar. Nada socialmente hablando es lineal, seguro hay los conflictos derivados del aprender, del ponerse de acuerdo, del profundo individualismo y las mezquindades del oportunismo, pero le apuesto a la certeza de estar ante procesos de cambio cultural que no se detendrán. Y cómo no emocionarme, si una burguesía ha militado para mantener en jaula de alambre o de oro a las mujeres/amas de casa, esa es la regiomontana, tan profundamente patriarcal que nos mantiene en los primeros lugares de violencia intrafamiliar y feminicidios. Luchar hoy contra el patriarcado es luchar contra todo tipo de poder vertical, contra toda explotación. No tenemos pasado «mejor» al cual regresar ni un futuro «ideal» esperándonos. Nomás tenemos un presente para retejernos en el bien común.  

1 de diciembre de 2019

** Imagen de portada tomada del periódico Milenio

***Las publicaciones citadas están albergadas en el Archivo General del Estado de Nuevo León

 

4 Comentarios

  1. Hace poco me cuestionaba la falta de derechos laborales de las trabajadoras del hogar y todo se remonta a esto, gracias por esta lectura!!

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